La hora sexta - booktrailer

Disclaimer: las imágenes contenidas en este blog han sido en su mayoría trabajadas digitalmente por mí a partir de fotos recogidas en la web. Las hago con fines ilustrativos y artísticos y SIN ningún ánimo de lucro. Si algún elemento que haya utilizado para ellas es de tu propiedad y deseas que lo quite, simplemente contáctame.

12 enero 2011

Cap. 1 Hogar agridulce hogar (Parte 2)

Ir a Cap. 1 Hogar agridulce hogar (Parte 1)



Velozmente, Mía se cubrió su boca para evitar gritar y dejó la habitación. Bajó las escaleras corriendo y salió de la casa por la puerta trasera de la cocina, invadida por una fuerza invisible que la obligó a alejarse de allí.
—¡Señorita Gentile! —Seth exclamó, siguiéndola.
Mía se dirigió hacia el mar, corriendo despavorida mientras escapaba del terror, y se detuvo justo en la orilla, antes de que el agua tocara sus pies. Ella le temía al mar.
 Dejó caer su cuerpo sobre la arena para llorar todo lo que había contenido y Seth se le acercó despacio, pero mantuvo una distancia prudente. Estaba más confundido que ella.
—Señorita Gentile, ¿se encuentra bien?
—No, otra vez no —murmuraba Mía, sujetándose la cabeza—. No puedo con esto,  ¡no ahora!
Esas imágenes aterradoras habían regresado después de años y no era el momento ni el lugar para dejarse dominar por sus miedos.
Seth podía sentir lo perturbada que estaba y experimentar el caos emocional que la cubría de arriba abajo. Sabía que debía hacer algo para ayudarla, pero que al mismo tiempo podía empeorar su estado si se acercaba demasiado.
—Mía, tranquilícese —le dijo—. Respire hondo y cuente hasta diez.
Ella lo intentó, pero no fue el consejo de Seth, sino el calmante que comenzaba a actuar lo que hizo que su cuerpo se relajaba lentamente.
El cielo tronó. La tormenta se acercaba. Seth la ayudó a ponerse de pie y la condujo hasta la casa, y en ese pequeño contacto entre sus manos, una oleada de imágenes pasó velozmente por la cabeza del detective hasta que todo se volvió negro.
Eso fue desconcertante.

En el porche trasero fue que Mía se esforzó por recobrar sus fuerzas y volver a alzar la cabeza.
—Es evidente que no está bien y me preocupa dejarla sola. ¿No tiene a nadie que pueda acompañarla? —le preguntó él.
—Ya le dije que llevo años lejos de Lichtport. Soy una desconocida para todos, excepto David y los Crousier, que parecen saber de mí más que yo misma.
—¿Qué me dice de su vecina, la señora Spiegel y su sobrina?
—¿Aún sigue viviendo aquí?
—Sí, y cada año se vuelve más gruñona —comentó de un modo informal, tratando de ganarle una sonrisa.
—Sinceramente, estaré mejor sola. Créame, estoy acostumbrada.
—¿Segura?
—Sí, no se preocupe.  
Se miraron unos segundos en silencio. Por un lado, Mía aún percibía aquella aura extraña que bañaba a Seth de un modo misterioso. Ya antes había sentido cosas semejantes en otras personas, pero no con tanta intensidad. Solía adjudicar esa sensación a su inestabilidad mental, por esa razón le restó importancia. Por otro lado, Seth continuaba inútilmente tratando de leer a Mía como un scanner y lo único que conseguía era confundirse más.
El cielo volvió a tronar y los distrajo.
—Tenía razón, detective; la tormenta ya llegó —murmuró ella.
—Sí, será mejor que me apresure. Si necesita algo, no dude en llamar a la comisaría o a mí. Tenga mi número. —Le dio una tarjeta y se despidió.
Ella lo anotó en la agenda de su teléfono móvil. Por alguna razón, presintió que en algún momento iba a serle útil.
En cuanto volvió a la casa, contempló el vacío a su alrededor y encendió el televisor. Le sorprendió el hecho de que su padre comprara uno nuevo, y más aún que existiera la televisión satelital en el pueblo. No quería ver nada en particular, solo acallar las voces del pasado y quebrar el sonido de la lluvia mezclado con los lejanos graznidos de los cuervos.
Lichtport parecía una colonia Amish en vías de paganización, con electricidad y automóviles, aunque sin bancos, ni centros comerciales, escuelas u hospitales. Todo eso se podía encontrar en Ravensburg.
Tampoco Lichtport era una isla, pues había una tienda de víveres, una pequeña iglesia y, claro, la cafetería de los Crousier y la comisaría. Algunas casas contaban con huertos pequeños y otras con criaderos de cerdos, gallos, gallinas y otras aves de corral, algo que a Mía le horrorizaba a pesar de no ser vegetariana. La casa del doctor Renau funcionaba como sala de emergencias y la de su vecina, la señora Mason, como salón de belleza.
Mía dejó su equipaje en la habitación principal y miró su cámara fotográfica, pero no tuvo deseos de inmortalizar nada. Por el contrario, deseó que el momento que estaba viviendo se desvaneciera. Se recostó en la cama y respiró el perfume de las sábanas. Al fin algo reconocible. Era como si su padre aún estuviera allí.
Se quedó dormida, envuelta en el pasado. En su sueño, la memoria topó con pesadillas. El regreso al pueblo, a su casa natal, al perfume del mar... Todo eso estaba despertando en su mente los recuerdos sepultados, los temores infantiles de extrañas criaturas y penumbras tormentosas. Como en una película, vio pasar ante los ojos de su mente a su madre, a su padre, a los cuervos e incluso a las personas que no lograba reconocer del todo.
Para cuando la lluvia hubo cesado, los golpes de alguien llamando a la puerta la despertaron. Medio calmante producía un efecto muy ligero en alguien que había pasado casi toda su vida prácticamente drogada.
—Hola, Mía. ¿Me recuerdas? —dijo una muchacha. Era muy guapa y lucía de su misma edad; tenía ojos claros, cabello cobrizo y sonrisa grande, la cual Mía se quedó absorta, mirándola—. Soy la sobrina de Galatea, tu vecina. Solíamos jugar en la playa cuando éramos pequeñas —añadió para refrescarle la memoria.
—¡Lorna Spiegel, por supuesto! —Al fin alguien que podía recordar bien—. ¿Quieres pasar?
—Gracias. —La joven le dio un abrazo y entró al recibidor—. Solo quería darte la bienvenida y decirte que siento mucho lo de tu padre. Si hay algo que pueda hacer por ti, no dudes en decírmelo.
—Te lo agradezco. Por el momento, solo necesito adaptarme. Hace muchos años que no visitaba Lichtport.
—Y habrás notado que no ha cambiado en nada. ¡Pero vaya que los años si nos han afectado a nosotras! —rió.
Lorna era la sobrina de Galatea, la cascarrabias del pueblo. La joven repartía su tiempo entre Ravensburg, su ciudad natal, y Lichtport, donde pasaba mucho tiempo cuidando a su tía que no estaba bien de salud (física y mental). Era una chica entusiasta y simpática, aunque algunas veces demasiado cotorra. Su sueño era ser periodista de investigación, pero el destino se interpuso, un destino llamado “hablar demasiado puede ser peligroso”, y Lorna sabía más de lo que quería saber. De todos en el pueblo, era la más divertida y cálida, pues había crecido en una ciudad más abierta a los cambios, al progreso y al contacto humano.
Mía la invitó a tomar asiento en la sala. Le venía bien un poco de compañía.
—Después de tantos años, no pensé que te volvería a ver por aquí —le comentó Lorna.
—También es una sorpresa para mí, créeme. Nunca regresé y me resulta difícil reconocer a muchos. Los Crousier, el alguacil Rourke y ahora tú me han recibido muy bien. He visto a demasiadas personas en muy poco tiempo y mi mente no puede recordarlo todo.
—Te vi con David y con el detective Bauwens hace unas horas. No pienses que soy una chismosa, pero no quería interrumpir. Seth tiene un temperamento algo delicado y aquí no acostumbran a recibir a extraños. ¡No quiero decir que tú lo seas! —enfatizó, alzando la voz—. Daniel era uno de nosotros y tú eres su hija, así que eres parte de Lichtport también, pero te fuiste por muchos años y ahora tendrán que acostumbrarse a tu presencia.
—Sí, lo sé. No viven del turismo precisamente.
—¿Qué podría buscar un turista aquí? El clima es horrible, el mar es peligroso, no hay cines, ni teatros, ¡ni hoteles! Mi tía le da acogida a algunos viajeros que están de paso, pero no duran mucho. Los pocos visitantes que ha tenido este pueblo suelen escapar a los pocos días, quizás por el mal humor de mi tía —bromeó. 
—Bueno, yo no estoy segura de cuánto tiempo me quedaré. Supongo que tendré que vender la casa. —En esos momentos, tenía deseos de regalarla—. Te invitaría algo para beber, pero solo hay agua. Mi padre no bebía café, ni té, ni refrescos. Tengo que ir de compras.
—¡Ah! Puedes ir a la tienda de los Ruskin, está frente a la iglesia. Pero no esperes mucho, ¿eh? Solamente te sacan de apuros. En tu caso iría de compras a Ravensburg. Aunque si tienes hambre —la verborragia de Lorna era inmensurable—, pásate por la cafetería. De seguro recuerdas las deliciosas comidas de Elías, ¿verdad? Esas tartas de manzana son la perdición del pueblo.
De repente, la risa de la joven fue interrumpida por el graznido de los cuervos, un sonido agudo y molesto que sobresaltó a Mía, tanto que se dirigió al porche trasero que daba a la playa.
—Son los cuervos de Milo, debe estar entrando al faro —comentó Lorna sin cuidado.
Mía sintió curiosidad y, como atraída por una fuerza extraña, caminó hasta la orilla.
El atardecer se estaba despidiendo, las nubes quebraban el cielo y el sol intentaba escabullir sus débiles rayos sobre el mar. Ambas observaron el paisaje y la manera en que el tiempo parecía robarse la majestuosidad de aquel atardecer. Mas Mía sintió además que la brisa marina barría de su rostro todo vestigio de vida urbana, reviviendo su alma y cuerpo en medio de la cálida arena y el fresco del mar. Luego miró hacia un lado y vio el viejo faro, con su color gastado y su inquieta luz esperando despertar. Una vieja construcción, alta y marchita, pero aún en pie. El faro envejecía como si tuviese vida. Las grietas que dibujaban la pintura gastada parecían sus arrugas cansadas. Agotado por las noches de tormentas, pero siempre allí, dispuesto a encender su luz cada noche y guiar a las almas que navegaban por el reino marítimo.
El faro siempre había cautivado a Mía desde su más tierna infancia. Guardián de las noches de tormenta, testigo inquebrantable de sus sueños infantiles; el faro era dueño de un aprecio inocente. Sin embargo, nunca se había adentrado en él, pues el misterio era lo que mantenía viva la fascinación.
Los cuervos revoloteaban sobre este como si fuera un nido de concreto. La agonizante luz del ocaso se fusionaba con el cristalino horizonte, el contacto con el mar lo hacía derretirse en él, fundiéndose en el salado reflejo del océano. De un segundo a otro, una figura apareció cerca del faro y ella trató de vislumbrarlo, pero estaba demasiado lejos.
—Ese es Milo —dijo Lorna—, el hijo de Jonás, el guardián del faro.
—El viejo Jonás... Lo recuerdo.
—Solía regalarnos manzanas de su huerta. Siempre nos sorprendía jugando cerca del faro y tú… —titubeó—, bueno, tú le tenías un poco de miedo, pero es muy amable.
—Debe tener como cien años ya.
Recordaba a Jonás, pero no a Milo. Sabía que era prácticamente inútil tratar de hurgar en su memoria, pues su mente había reprimido muchos recuerdos de la infancia debido al terror que había experimentado.
—El viejo no está bien —continuó Lorna—. Pobre, ha dedicado décadas de su vida al faro y su cuerpo ya no se lo permite; ahora Milo lo hace por él.
—¿Milo? —repitió. Ese nombre sonaba agradable en su cabeza y también algo familiar, como quien recuerda una vieja canción que llevaba mucho tiempo sin escuchar.
—Tu padre no te hablaba mucho del pueblo, ¿verdad? —le preguntó la joven. Mía asintió con su silencio.
—Mañana trasladarán su cuerpo desde Ravensburg para el funeral —murmuró Mía cabizbaja—. No tengo idea de cómo organizar uno.
—No tienes que hacerlo. Supe que Caín Stärker ya se ha encargado de todo. 
—¿Quién?
Lorna volvió a mirarla algo compadecida, pensando que la pobre chica realmente no sabía nada de Lichtport y que no duraría mucho tiempo allí.
—Descuida, ya lo conocerás —le dijo con una sonrisa algo inquieta—. Por cierto, te daré mi número de móvil por si me necesitas, ¿de acuerdo?
—Te lo agradezco.
Ambas le echaron una última mirada al horizonte y regresaron a la casa, mientras los cuervos aún graznaban sobre el faro. Milo había notado la presencia de Lorna, pero no le sorprendió en absoluto. En cambio, la de Mía había llamado su atención como ninguna otra. Aunque solo la había podido contemplar a distancia, su extraña esencia se hizo presente como una ola rompiendo contra las rocas, alterándolo a él y a sus aves.
Esa noche el alguacil Rourke telefoneó a Mía para notificarle que el funeral tendría lugar en el cementerio del pueblo a las diez de la mañana, a menos que ella dispusiera otro destino, lo cual no hizo, claro. Estaba allí solo para despedirse de su padre, como una visitante forzada, y no se atrevió a contradecir a David. Los lazos de sangre no importaban, los habitantes de Lichtport eran la verdadera familia de su padre y quienes merecían despedirlo a su manera.
Aprovechó para preguntarle acerca de Caín Stärker y David se limitó a explicarle que él quiso hacerse cargo de todo como un gesto de amistad. Mía se esforzó por escarbar en sus recuerdos y apenas consiguió rememorar la voz de su padre nombrando a Caín dos o tres veces. No tenía más detalles.
Después de ajustar la alarma de su teléfono móvil, se dispuso a ver un poco de televisión para despejar la mente. Sintió un poco de asco al ver un comercial de un costoso perfume, de esos que muestran una vida refinada, delicada y exquisita, digna de una diva de Hollywood, y pensó que deberían incluir un mensaje que dijera “El perfume no incluye la vida”.
Media hora después, se quedó dormida en el sofá con la televisión encendida mientras miraba Videos Divertidos de Animal Planet.


Continúa en Cap. 1 (Parte 3)

10 comentarios:

  1. ¡¡madre mia!! tu quieres tenerme pegada aqui, ¿verdad? ¡Pues te digo que casi no voy al baño por seguir leyendo! xD jajaja

    Esta genial!! Espero no acabarme todos de una o sufriré la espera! jajaja

    Saluditos!!

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  2. Tranqui, Savy. Tenés lectura para rato, jaja. ¡Disfrutala!

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  3. Si, ya respiré hondo y fui al baño... u.u! xD Ahora intento hacer el plan hurto!

    ajajaja

    PD: creo q me voy a dormir ya, la hora no me ayuda a pensar con claridad.. o.O

    Saludos!! ;)

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  4. Descansa y mañana me hurtas la música, jaja. Si necesitas ayuda, avisame.

    Besos, wapa!

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  5. AAAA que intrigada me dejaste y ya me voy a dormir por hoy U.U mañana seguire...

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  6. Jaja, desde luego los perfumes no vienen con la vida.
    He leído un poco más y me encanta, la imagen del faro desgastado... no sé por qué los faros siempre despiertan misterio y curiosidad, estoy ansiosa por saber más, otro día continúo.

    ¡Un saludo!

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  7. Bueno, pensaba dejarte un largo comentario sobre como me está gustando, pero no lo haré XD , necesito seguir leyendo!

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  8. Muy bueno nose xq me recuerda un poco a Crepúsculo

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  9. Yo tampoco lo sé, Anónimo, y me encantaría que me lo explicaras.

    ¿Qué cosa de la LHS te recordó a una historia adolescente de vampiros vegetarianos y castos?

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